Hay un factor que solemos dar por sentado, pero no siempre
calibramos su importancia a la hora de recuperarnos: es el médico. La calidad
de la atención de tu oftalmólogo es mucho más relevante de lo que pueda
parecer. No tengo queja de ninguno de los médicos que me han atendido, y estoy
seguro de que todos ellos son excelentes profesionales. Pero sí es verdad que
la manera en que me han tratado ha sido diferente en unos lugares y otros. No
es lo mismo una fría profesionalidad, impecable, pero distante, que una
implicación del médico en tu caso concreto, buscando el tratamiento más
adecuado, personalizado exprés para ti, teniendo en cuenta tu salud, tu edad,
tus circunstancias y tu evolución como paciente.
Un buen médico transmite confianza. Cree en ti y cree que
podrás mejorar, más allá de lo que digan los análisis y las pruebas. Te informa
sobre tu problema y te educa. También va más allá del protocolo establecido y
añade humanidad, calidez y delicadeza hacia el paciente. Esto lo he notado
mucho en las veces que me he tenido que pinchar el ojo. ¡Qué diferencia entre
mi actual oftalmólogo, respecto de la clínica donde empecé! Pasé de ser una
especie de cordero llevado al matadero, un paciente más, en medio de un montón
de enfermeros y auxiliares parlanchines que hablaban de sus asuntos, a un
paciente tratado con exquisitez, en un ambiente sosegado, con música e incluso
con un poquito de oxígeno y sedación para que me relaje. Tanto es así, que
cuando el doctor me inyecta el fármaco en el ojo apenas lo noto. Estoy tan
tranquilo que el trauma es mucho menor, no me pongo tenso y posiblemente el
medicamento sea incluso más efectivo. Una experiencia que puede ser traumática
ha pasado a ser leve. Pienso en las personas mayores, algunas se ponen muy
nerviosas ante esta intervención. En la otra clínica se dio el caso de algún
paciente a quien no podían pinchar por su estado de nerviosismo. Aquí nos
tratan a todos con tanta delicadeza que nadie sale angustiado.
Una buena comunicación con el paciente también ayuda.
Produce una mejora no sólo física, sino psicológica y espiritual. El médico que
me atiende, cuando me recibe en su consulta, me habla, me mira, no ve un ojo
problemático, sino una persona entera, en cuerpo y alma. Y esto se nota.
Por eso mi consejo es que no os resignéis con un solo
médico, ni una sola opinión. Si tenéis la posibilidad de buscarlo, acudid a un
oftalmólogo que, además de ser un gran profesional, os trate con la humanidad
que merecéis y necesitáis.
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