sábado, 8 de agosto de 2015

Una lección para aprender a ser paciente

Después de un año y medio todo iba de maravilla. Casi podría decir que mi visión se normalizaba. En mis actividades lectoras cada vez había más seguridad. Creía que estaba ganando la batalla cuando, a mediados de julio, un calor inclemente arreció por toda Cataluña. Acostumbrado a una visión más clara de golpe empecé a notar los síntomas que ya conocía bien: las líneas rectas se volvieron torcidas, comencé a ver formas distorsionadas y progresivamente fui perdiendo la capacidad lectora, mientras que veía el perímetro de los objetos cada vez más deformado. La inquietud se apoderó de mí y en seguida llamé a mi oftalmólogo para que me hiciera una revisión de urgencia. Me dio hora de inmediato, me hizo las pruebas pertinentes  ―campimetría, examen optométrico, OCT― y me dijo que volvía a haber actividad, no ya en la membrana neovascular, sino en la parte superior de la retina, fuera de la zona afectada por el trombo. Esta vez no se trataba de un neovaso; la fuga de líquido venía de otra parte. El efecto era el de siempre: visión borrosa, deformidades, aristas que se convierten en líneas onduladas… La solución fue una nueva inyección de Avastin, que me puso al día siguiente, como he contado ya.

Aunque no es doloroso, el impacto psicológico de esta distorsión es grande. Verlo todo torcido y deformado genera inquietud. Lo bello deja de serlo. Hay que estar muy fuerte anímicamente para que esta situación no te derrumbe y puedas mantener la serenidad interior. La única actitud sana es aliarte con el tiempo y esperar la recuperación, que a veces es más lenta de lo previsto.

La calma es necesaria para que el proceso curativo, físico, energético y emocional, siga su curso.  Apresurarse no ayuda a la recuperación. Todo cambio necesita tiempo y un entorno sereno, así como una fuerte templanza interior. Yo calculaba un tiempo más corto para que la inyección hiciera su efecto, pues otras veces el beneficio era casi inmediato. Pero esta vez los efectos se han retrasado, por tratarse de otra vena que de entrada no estaba afectada. Todo se ha ralentizado y, en mi impaciencia, he querido visitarme con la retinóloga de guardia en el ambulatorio, temiendo que mi problema fuera a peor. Ella me ha tranquilizado y me dice que todo es completamente normal y que tenga paciencia.

La prisa es enemiga de la recuperación. Al pasar tanto tiempo sin tener que pincharme me había olvidado de que todo órgano afectado por cualquier lesión tiene una enorme capacidad de autoregeneración. Pero requiere un tiempo necesario para que se produzca la mejoría. Correr es una adicción más fuerte de lo que creemos, no solo a nivel externo, de compromisos y responsabilidades, sino interiormente. Cuando no soportas la lentitud te sientes acelerado por dentro, das vueltas y no paras de correr y correr, buscando salidas. La prisa es una enemiga de la sanación. Quieres que todo ocurra de inmediato, ya, como si fueras el dueño del tiempo. Y el ritmo suave y lento es clave para volver a la normalidad. Los ojos no dejan de aleccionarme. Me hacen parar, ser más humilde, delicado y sereno. Me ayudan a pasar más tiempo conmigo mismo, rezando, reflexionando con calma el por qué de este nuevo tropiezo.

Mis ojos se están convirtiendo en mi maestro interior. ¡Cuánto tengo que aprender todavía! Mi corazón desea alcanzar la sabiduría y para ello quizás sean necesarias las lecciones dolorosas de este maestro del alma.

Agradezco el apoyo de las personas que están pendientes de la salud de mis ojos. Ellas rezan, me apoyan, me siguen en mi proceso y me ayudan con todo lo que pueden.  

domingo, 2 de agosto de 2015

Por qué es importante que corra la sangre

Esta semana pasada he tenido una pequeña recaída. Mi visión volvió a distorsionarse, ¡después de un año y medio sin tener que pincharme! Aunque la pérdida de visión era menor, acudí en seguida a mi oftalmólogo, el doctor Vivar, quien me visitó de urgencia y en seguida detectó lo que ocurría.

Esta vez, sin embargo, era algo diferente. No se trataba de la membrana neovascular que se había activado de nuevo, sino de un pequeño derrame de líquido desde otra vena, uno de los capilares normales que drenan la retina. ¿El motivo? Según me explicó el doctor, hay una presión del humor vítreo, el líquido que llena el ojo, sobre la retina. Esta presión estira los vasos sanguíneos y puede provocar fugas de fluido, como ha sucedido. Ahora bien, ¿por qué se produce esta tensión? El doctor se quedó pensativo y yo en seguida he comenzado a investigar por Internet, y seguiré buscando, pues quiero encontrar respuestas para poder prevenir y mejorar, si es posible.

De momento, la solución ha sido inyectarme de nuevo con Avastin. Al igual que las otras veces, la intervención del doctor Vivar ha sido sumamente delicada y precisa. El trato tan exquisito y la preparación, con un poco de sedación, hacen que el pinchazo no sea traumático en absoluto. Al estar tan relajado, el medicamento entra mejor, el ojo sufre menos y la eficacia del tratamiento es mayor.

Ya noto mejoría en la vista, aunque sigo viendo las líneas rectas torcidas, sobre todo cuando miro a distancia y en las horas de más luz. En cambio, con la luz suave del crepúsculo lo veo todo más recto. Y si es a distancia corta, mejor. No he dejado de leer con las letras grandes a las que estoy acostumbrado.

Recordando cómo empezó todo


Buscando por Internet, he releído una interesante entrada en el blog Ocularis, que explica muy bien por qué es importante tener una buena salud vascular para conservar la visión, y qué problemas se dan cuando la circulación falla en el ojo.

Voy a resumir un poco esta explicación tan clara, que creo que será muy útil para todos los lectores de este blog.

Mi problema, que es el de miles de personas con degeneración macular húmeda, comenzó con una oclusión de vena en la retina. Por tanto, el origen no está tanto en el ojo como en la circulación sanguínea.

Hay una serie de factores que acompañan a la mala circulación en general: hipertensión, tabaco, colesterol, sobrepeso, estrés… Las causas son casi siempre unos incorrectos hábitos de vida y alimentación. La consecuencia es que los vasos sanguíneos se endurecen y en la sangre se forman coágulos de placa, cúmulos que en un momento dado pueden obstruir un vaso formando trombos. Si la obstrucción se da en una arteria se produce una embolia; si se da en una vena se la llama trombosis. Esta obstrucción puede darse en la zona cardíaca, en el cerebro, en otras partes del cuerpo… o en la zona del ojo.

Recordemos que hay dos tipos de vasos sanguíneos: las arterias, que llevan alimento y oxígeno del corazón a los tejidos, y las venas, que recogen los residuos de los tejidos y llevan la sangre de regreso para que se limpie y se cargue de oxígeno y nutrientes. Por así decir, las arterias son el suministro de alimento y las venas son la recogida de desechos.

Si la oclusión se da en una arteria que irriga la retina, ¿qué ocurre? Que las células no reciben alimento ni oxígeno. La zona queda muerta, hay isquemia ―falta de oxígeno― y se pierde la visión. Además, como desaparece el intercambio entre la célula y su medio, el agua entra en el interior de las células y estas se hinchan, produciéndose un edema. No hay fugas de sangre, en principio. Resumiendo, la oclusión de arteria provoca isquemia y edema, sin hemorragia.

Si la oclusión ocurre en una vena entra sangre por las arterias, pero no puede salir por las venas. Se genera un atasco en el circuito y un aumento de presión. Al final, la sangre termina rompiendo los capilares y se produce la hemorragia y pérdida de líquidos. El medio intercelular, lleno de sangre y fluidos, se hincha y se forma también un edema. Y, como la sangre que entra por la arteria tampoco puede salir, al final también hay falta de oxígeno. En resumen, oclusión venosa conlleva sangrado, edema e isquemia.

Este fue el inicio de mi historia… y lo que a tantísimas personas les sucede. De ahí la importancia de que la sangre corra, limpia, rica y oxigenada, por unas venas y arterias flexibles, sanas y resistentes. El derrame ocular es un accidente brusco y alarmante, pero el problema se ha gestado mucho tiempo antes, en el sistema circulatorio. Hay soluciones de emergencia, como inyectar fármacos o aplicar láser para detener el sangrado y reparar el estropicio… Pero hay otra solución a largo plazo, que es la que debemos adoptar si no queremos empeorar y la que será crucial para prevenir otros accidentes en el futuro: mejorar la circulación sanguínea y purificar la sangre. Y esto se logra con cambios importantes en la forma de vivir, alimentarse y cuidarse. Es importante conocerse, reconocer tus límites y escuchar los mensajes de tu cuerpo. En este camino estoy desde hace ya nueve años.