domingo, 29 de diciembre de 2013

Somos energía

En este largo camino de recuperar la visión he aprendido mucho sobre la salud humana y también sobre cómo funciona nuestro cuerpo. Me he abierto a visiones de la medicina más amplias que la tradicional en Occidente, que hoy se basa en dos pilares: los medicamentos y la cirugía. Siendo estos muy importantes y a veces necesarios, ignoran otros aspectos sobre la constitución del ser humano y su salud.

La práctica médica en Occidente, en los últimos siglos, se ha centrado en la parte química y biológica, es decir, el cuerpo material, los órganos, los tejidos y las células. Los avances de la ciencia y la industria farmacéutica han contribuido a este enfoque. Hoy, cuando una persona va al médico, casi siempre espera que le recete algún fármaco. En casos de gravedad, hay que pasar por el quirófano. Y en casos de enfermedades como el cáncer, someterse a terapias prolongadas y agresivas con muchos efectos secundarios. Porque no olvidemos que todo medicamento, de entrada, es un tóxico ajeno al cuerpo humano y nunca es inocuo.

En Oriente, la medicina, sin olvidar la parte química ―terapia a partir de hierbas y minerales―, ha explorado mucho más la dimensión energética del ser humano. En términos científicos diríamos que es una medicina más centrada en la física que en la química. Pero es que la dimensión física es fundamental. Si la biológica-química trata las células y tejidos, la física va al nivel atómico y subatómico. Es decir, que va a la constitución misma de la materia y también a la energía. Pues todo átomo se compone de materia y energía. Oriente ha incorporado los avances de la medicina occidental sin problema. Pero a Occidente, en cambio, le está costando incorporar la dimensión energética a las terapias. En algunos países ya hay más apertura, pero es difícil. Muchos médicos incluso ven con malos ojos esta medicina y tildan de charlatanes a quienes la practican.

Si somos materia y también energía, no basta explorar la parte biológica para buscar remedio a nuestras dolencias. A veces, un paciente está sano, orgánicamente, pero funcionalmente algo no va bien. Las pruebas médicas y los análisis no arrojan luz sobre su problema. ¿Qué ocurre? Quizás se está ignorando un bloqueo o un problema de origen energético, aparte de la dimensión emocional, que también influye mucho.

El cardiólogo catalán Manel Ballester descubrió esto y lo explica muy bien en una conferencia que se puede ver en este enlace:

Cada vez son más médicos los que reivindican una medicina holística, que contemple todas las dimensiones del ser humano ―física, energética, psicológica, espiritual― y todas las ramas de la medicina ―alopática, energética y otras alternativas―. Es cierto que en el campo de las terapias alternativas hay fraudes, ¡pero también los hay en la medicina convencional y en los productos farmacéuticos! Terapias como la acupuntura y la homeopatía, que en países como Alemania ya entran en la seguridad social, son serias y están avaladas por una práctica muy larga y por médicos competentes.

En mi caso concreto puedo contar mi experiencia con la acupuntura. Hace años padecía unas terribles migrañas, que me incapacitaban por completo durante horas. Me las quité definitivamente con varias sesiones de acupuntura. Me sorprendió cómo en pocos días dejaba de tener dolores. La acupuntura, como muchos sabréis, consiste en activar unos puntos del cuerpo por donde pasan líneas ―o meridianos― de energía. Activando un punto, se activan todos los órganos conectados con ese meridiano, y se facilita su desbloqueo y mejora funcional. La acupuntura se hace con pequeñas agujas de plata desechables y casi siempre el pinchazo es indoloro. Una variedad es la digitopuntura, donde la presión sobre los puntos clave se ejerce con los dedos.

¿Existe una acupuntura especial para mejorar la visión? Sí, existe, da buenos resultados y hay varios terapeutas que la practican y la enseñan. No se pincha en el ojo, que nadie se asuste, sino en zonas que activan la circulación y la energía del sistema ocular. Más adelante os explicaré con detalle, aún estoy estudiando y leyendo sobre el tema.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Liberando la coraza

APCI, terapia psico-corporal

Nuestro sistema muscular constituye una fuerte coraza. Por un lado nos sostiene y nos permite el movimiento, pero las tensiones continuas pueden acortar y endurecer la musculatura de manera que, con el tiempo, se producen dolores, contracturas y falta de movilidad. Nuestra coraza, tensa y bloqueada, puede convertirse en una prisión muy dolorosa.

Todos hemos sufrido o conocido a personas que padecen tendinitis, lumbalgias, dolores en las cervicales… Sabemos de muchas personas mayores impedidas de realizar muchos movimientos debido a la musculatura anquilosada y los huesos frágiles. Pero, además, hay un enorme desconocimiento sobre nuestra anatomía, no solo en las personas a pie de calle, sino entre la clase médica. La super-especialización hace que muy pocos profesionales de la salud tengan una visión global del cuerpo y algunos médicos desconocen en buena medida cómo funciona el sistema locomotor humano.

Además, el común de la gente tenemos ideas erróneas: pensamos que ir al gimnasio y machacarnos con pesas y ejercicios de musculación dará más tono a nuestro cuerpo y mejorará nuestra salud. Cuando, en realidad, lo que estamos haciendo es acortar las fibras musculares, desgastar las articulaciones y provocar una tensión excesiva al esqueleto. Las consecuencias, a medio y largo plazo, son lesiones, dolores, reducción de la movilidad, agarrotamiento y bloqueos. Perseguimos la salud y la belleza y conseguimos anquilosar nuestros cuerpos, castigando nuestra estructura ósea y muscular.

Entonces, ¿no hay que hacer ejercicio? Claro que sí. Podemos caminar, trotar, bailar, estirar… pero sin forzar movimientos ni posturas, respirando e incrementando el ritmo cardiovascular. Cuando nos movemos, trabajamos, jugamos, paseamos, ya estamos ejercitando todo nuestro cuerpo de forma natural.

Desde hace décadas una serie de terapeutas han descubierto que los músculos necesitan elasticidad y oxígeno para que el cuerpo esté bien sano y fuerte. Lo que hay que hacer es estirar y devolver al músculo su longitud y forma natural, deshaciendo los nudos y contracturas que, a veces, llevan años enquistados.

De la mano de una persona amiga conocí a Angel Bonet, un terapeuta que ha creado un método propio de trabajo psico-corporal, el método APCI. Se basa en la antigimnasia de Françoise Mézieres, en la terapia de Reich y en el análisis bio-energético de Alexander Lowen, aunando el aspecto físico y el psíquico. Una sesión con Angel Bonet ayuda a liberar las tensiones acumuladas durante años, a deshacer contracturas musculares y a revitalizar los músculos y los nervios, permitiendo que la sangre y la energía circulen mejor por todo el cuerpo.

Vi que esto podía ayudarme para mejorar el riego sanguíneo del cráneo, incluyendo el sistema ocular. Efectivamente, desde las primeras sesiones fui consciente de la enorme tensión que oprimía mi cuello y espalda. Mis músculos, decía Angel, parecían sogas de hierro. Un músculo contraído oprime nervios y huesos, y dificulta la circulación de la sangre. La terapia APCI, que voy siguiendo con regularidad, me ha ayudado mucho a liberar las tensiones musculares y emocionales y ha mejorado mi salud en general.

Angel es un profesional excelente: como persona, es culto e inquieto intelectualmente; mantenemos unas conversaciones muy profundas que enriquecen nuestra visión sobre la vida y la salud. De manera que, aparte del beneficio físico, he encontrado un beneficio emocional y espiritual, y he ganado un nuevo amigo.

Con esta terapia también he visto la importancia de tener más paz, de ser más flexible, de no preocuparme tanto ni de cargar con más problemas de la cuenta. He aprendido a conocer mejor mi cuerpo y la maravilla del sistema muscular que nos sostiene. Cuanto más sé, más me admiro de lo bien hecho que está el cuerpo humano y de lo importante que es cuidarlo. Con solo un poco de mimo, responde de inmediato. Nuestro cuerpo quiere estar sano y es muy agradecido.


Más información sobre el centro APCI: http://www.centroapci.com/inicio.html

domingo, 15 de diciembre de 2013

Silencio terapéutico

Cuando sufrí el trombo ocular, viendo que mi visión pendía de una fina cuerda, ansié estar solo para meditar sobre lo que me había ocurrido.

En una primera fase me pregunté por qué me había sucedido esto. Buscaba respuestas y ninguna me satisfacía. Al mismo tiempo, me torturaba un profundo sentimiento de culpa al pensar que podía perder la vista por no haber cuidado lo suficiente mi salud. Había saboreado hasta embriagarme el color del mar y del cielo, la belleza de la noche y de los paisajes. Ahora me veía limitado.

Poco a poco empecé a reconciliarme con mi nueva situación. Después de una profunda crisis aprendí a no martirizarme más. Tenía que extraer una enseñanza nueva de lo ocurrido. Fue una lección dura, pero necesaria para crecer. Dejé de preguntarme, aprendí a callar y a redescubrir el silencio.

Fue en la calma cuando vi que la solución del problema estaba en mí, como estuvo en mí la causa que lo originó. Así inicié el proceso de recuperación, desde el silencio. Es un camino con vaivenes, pero siempre ascendente. Desde el más hondo silencio de mi corazón, sin palabras, con la mirada más allá de mis limitaciones, empecé a confiar en la fuerza reparadora que tenía y fue así cuando llegué a darme cuenta de que, en la más profunda oscuridad se pueden ver destellos de esperanza que despuntan y empiezan a brillar en el horizonte.

Aconsejo a los que me seguís que no desestiméis el potente valor terapéutico del silencio. Con la mano tendida de los amigos que saben padecer también en silencio tu sufrimiento, se alcanza una especial sensibilidad para captar el valor de la salud, tanto física como espiritual.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Visión natural: el método Bates

Cuando leí el libro del Doctor Flint, Comer bien para ver mejor, ya supe que existía un método llamado Método Bates o Visión Natural, que consiste en entrenar y reeducar al ojo para que recupere su capacidad visual sin recurrir a la cirugía ni a las lentes. En Barcelona, busqué algún terapeuta que practicara esta disciplina, y así es como conocí a Andrea Buch, una de las seguidoras del método Bates en España.

Hablé con ella y quedamos para hacer varias sesiones. Después, podía seguir practicando en casa.

El método fue creado por el doctor William H. Bates, y se basa en lo siguiente. La visión borrosa no es tanto debida a un defecto del ojo como a una forma de utilizarlo, donde la psicología y los aspectos emocionales influyen mucho. Se puede reeducar el ojo, relajando y entrenando los músculos que lo rodean, con una serie de ejercicios muy sencillos y fáciles de aprender. Muchos problemas de claridad y enfoque visual son debidos a una tensión y acortamiento de la musculatura del ojo, a menudo causados por el estrés, nervios, miedos y angustias. Este método puede mejorar considerablemente la agudeza visual. Bates llegó a tratar a miles de pacientes, y recoge su experiencia en un libro: Visión perfecta sin gafas. El conocido escritor Aldous Huxley, que llegó a tener tan solo un 15 % de visión, logró recuperarla gracias a este sistema.

Como tantas terapias alternativas, este método chocó con la oftalmología tradicional. Aún hoy tiene detractores. Una terapia natural eficaz sin lentes y sin cirugía, evidentemente es una amenaza para ciertos negocios ―óptica, fabricantes de instrumentos quirúrgicos, etc.― y no todos los médicos están abiertos a tratamientos complementarios. Como toda terapia, no es una fórmula mágica. Pide una colaboración activa del paciente y constancia en los ejercicios. En mi caso, me fue bien para tomar conciencia del funcionamiento de mis ojos. Nunca había ejercitado los músculos que rodean el globo ocular, ni conocía la necesidad de relajarlos, moverlos, oxigenarlos. Durante los intervalos en que mi edema macular estuvo bajo control, gané agudeza visual. En lo funcional, fue positivo. Pero mi problema, al ser orgánico, causado por un tejido inflamado con vasos sanguíneos frágiles, no se resolvió de esta manera.

Uno de los instrumentos de que se vale el método Visión Natural son las gafas reticulares o de rejilla. Con estas gafas se corrige la refracción, se estimula el movimiento del ojo y el enfoque. Llevarlas cada día unos cinco o diez minutos contribuye a mejorar la visión. Mi experiencia con las gafas reticulares fue sorprendente. Realmente funcionan mientras las llevas puestas. Por ejemplo, me van muy para ver la televisión, o cuando camino por la calle, para distinguir mejor letreros, detalles… Estas gafas son adecuadas para personas con problemas como miopía, astigmatismo, presbicia, donde la visión se ve alterada por deformación del cristalino o del globo ocular. Quienes las prescriben incluso las recomiendan como sustituto de las gafas de sol.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Un encuentro esperanzador

En febrero 2011, aconsejado por la terapeuta Dolors Montpeat, con la que hacía la antigimnasia, visité al doctor Vivar Badía. Ella me explicó que tenía un problema ocular que en ninguna otra clínica le habían podido resolver. El doctor Vivar le detectó carencia de vitamina E y, recetándole suplementos, logró mejorar sustancialmente su calidad de visión. Ante el encallamiento de mi proceso, y cansado de recibir pinchazo tras pinchazo en mi pobre ojo, decidí ir a su consulta.

El doctor Adolfo Vivar es oftalmólogo. Pero, además de seguir los protocolos convencionales, añade a sus terapias un enfoque holístico, apoyado con la toma de productos homeopáticos. Concretamente, se vale de la llamada homeopatía spagyrica, basada en los preparados herbales tradicionales de la medicina antigua. Los productos spagyricos son maceraciones de hierbas con activos muy potentes, enriquecidas con minerales que provocan una reacción curativa en el organismo. Sus efectos se dan gradualmente, pero de forma constante y segura, y no solo tratan el nivel físico, sino también el plano energético y anímico de la persona.

Ya en la primera visita quedé gratamente impresionado por la afabilidad del doctor Vivar. Fue el único que me dijo que podía mejorar y podía, con el tiempo, dejar de pincharme. Me pidió, eso sí, mucha constancia y paciencia con los tratamientos. Y decidí confiar en él y ponerme en sus manos. Al día siguiente compré los preparados homeopáticos y comencé. Desde entonces, no me olvido jamás de tomar mis gotitas, aunque esté de viaje y resulte un poco engorroso. Me he acostumbrado a ellas y, con el tiempo, he podido comprobar sus buenos resultados.

Los primeros meses después de esta visita aún continué pinchándome, pero después se produjo un largo intervalo de casi un año durante el cual recuperé visión y no tuve que ponerme ni una inyección.

Lo que más me ha gustado del doctor Vivar es su criterio de buscar alternativas lo menos agresivas y lo más eficaces posible, incluso teniendo en cuenta el ahorro económico. Para él, cada paciente no es un ojo o una patología que le va a generar dinero; es una persona única con un entorno, unas circunstancias, una historia y unas emociones. Y todo esto influye en su proceso de curación. El doctor Vivar está a la cabeza en investigación sobre homeopatía aplicada a la oftalmología, y los buenos resultados que obtiene le están granjeando el reconocimiento de sus colegas, hasta el punto de que está empezando a crear escuela.

Desde que voy a visitarme con él tengo una paz interior muy grande. Sé que estamos juntos en la lucha por mi visión, sé que podemos conseguir una mejora y lo estoy viendo cada día. Lo he recomendado a muchas personas con problemas oculares, que están muy contentas porque han mejorado, y desde aquí lo vuelvo a recomendar.

Aquí podéis ver varios videos muy interesantes: http://www.institutovivarbadia.com/
Asociación Catalana de Homeopatía Spagyrica: http://www.ahospacat.org/

domingo, 24 de noviembre de 2013

Pamplona, un revés que me hace tambalear

Un largo trayecto para una mala sentencia


En busca de otras opiniones para asegurarme de que todas coincidían sobre la eficacia de mi tratamiento decidí trasladarme a Pamplona. La Universidad de Navarra es un referente mundial en tratamiento de patologías oculares. Y buscaba sin cesar otra opinión médica que me diera esperanza, pues me resistía a rendirme y necesitaba más respuestas. Me habían hablado muy bien de esta universidad y una persona amiga tuvo el gran gesto de ayudarme, concertándome la visita y las pruebas diagnósticas.

En junio de 2011 viajé a Pamplona esperando que se me abrieran nuevos horizontes. Encontré una ciudad hermosa y verde, de una medida muy humana, con bellos edificios, su majestuosa catedral, sus parques y el inmenso campus universitario, con los más modernos equipamientos.

Un diagnóstico desalentador


Llegué por la tarde y al día siguiente, a primera hora, me dirigí a la consulta oftalmológica de la Universidad, tal como había concertado. La verdad es que estaba muy inquieto porque en las últimas semanas había perdido agudeza visual de forma considerable. Me hicieron las pruebas, pasé por el optometrista y finalmente me vio el oftalmólogo. Yo esperaba que me aconsejaría alguna terapia diferente o complementaria para aumentar la visión… pero no fue así. No me dijo nada nuevo. No solo eso, sino que, como un juez, me sentenció y me comunicó fríamente que mi edema macular no tenía solución alguna y que llegaría a un punto en que cada mes desearía que me pincharan en el ojo para evitar la distorsión visual. Era el único tratamiento conocido y lo único que podían hacer.

Salí desilusionado, cabizbajo y desconcertado. Una universidad referente en el mundo me acababa de inocular un terrible mensaje: tenía que conformarme a vivir con el dolor y dejarme atravesar el globo ocular con una aguja de diez centímetros. Me dije a mí mismo que no, que no pasaba por aquí, y que no quería vivir con una aguja siempre a punto para perforar la preciosa ventana que me conecta con el mundo exterior. Me dije que, por muy sabios que fueran aquellos médicos, finalmente no eran dioses. Y me reafirmé: recuperaría la visión, no solo era cuestión de médicos y tratamientos, sino de mi propia fortaleza interior como paciente.

Un propósito firme


Finalmente, la salud depende responsablemente de uno mismo; cada cual tiene la opción de ser dueño de su vida y de su salud. En el viaje de regreso iba pensando lo grave que es jugar a ser dioses, como si la medicina tuviera la última palabra sobre la vida y la enfermedad. El ser humano es más que pura biología y conexiones nerviosas, y la ciencia no agota el misterio de la persona. Los médicos, por mucho que lleven bata blanca y estén especializados en su área, no pueden meterse en el interior del paciente. Además de material somos alma, somos espíritu, y somos energía cuántica. Somos imprevisibles y no podemos reducir la globalidad de la persona al funcionamiento de los órganos vitales.

Aunque reconozco que la sentencia me afectó, me dije a mí mismo que era el único responsable de mis ojos y que la salud comenzaba en mi cerebro, que está diseñado para recibir las señales de mi conciencia y de mi alma. Aunque estuve a punto de caer en el pozo de la desesperanza, no me consentí doblegarme. Me visualicé en medio de la penumbra, con todas las herramientas para sanar mi ojo, y me propuse seguir luchando sin desfallecer. Tenía que seguir adelante.

Y sigo en esta lucha porque quiero, algún día, poder ver con la máxima nitidez el maravilloso estallido de la creación y saborear, no con el paladar, sino con los ojos, la belleza de los colores que tejen la existencia.

Han pasado dos años y estoy logrando distanciar en muchos meses los pinchazos. Así seguiré hasta que ya no los necesite. Cada vez tengo más claro que está llegando ese día. Mientras tanto, signo en la brecha.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Un cambio y una fuerte recaída

En verano del 2010 me trasladé a un nuevo destino parroquial. Tras 17 años en Badalona, vine a Barcelona, donde ahora resido. El cambio supuso un gran traslado, mucho material, ropa, libros… Toda una vida en la que vas acumulando cosas ¡cuesta de transportar!

Aunque me apetecía un cambio y los últimos meses en Badalona gocé de salud espléndida, todo traslado supone una carga extra de tensión, emociones, cansancio y adaptación al nuevo medio, a la nueva gente y a otro ritmo de vida. En este caso, además, vine a una parroquia con mucha feligresía y una comunidad muy activa, de modo que mi ritmo, si ya antes era fuerte, ahora se volvió trepidante.

Por otra parte, la casa donde vine a vivir no estaba en condiciones y tuve que adecuarla. Son unos bajos donde hay mucha humedad. Ese otoño y luego, en invierno, hizo mucho frío y esto me pasó factura. Mis defensas bajaron, pillé unos resfriados muy agresivos, con tos persistente que me dejaba extenuado. Y, para colmo, en diciembre de 2010, después de más de un año y medio de tregua, mi ojo volvió a dar señales de actividad edematosa. Volvieron las distorsiones visuales y tuve que pincharme de nuevo. Desde entonces, y durante estos años, me han tenido que inyectar regularmente en el ojo.

Volví a sentirme fatal, pues esto frenaba mi actividad. Además, en la nueva parroquia, los feligreses se implicaron mucho con mi problema ocular. Me sabe mal preocuparlos en exceso, pero cada vez que me pinchan debo suspender mi actividad durante unos días, así que no hay manera de evitar su preocupación. Debo agradecer mucho el cariño de tantos feligreses y amigos que me han recomendado médicos, clínicas, fármacos y suplementos para la vista. En este sentido me he sentido muy reconfortado por el apoyo tan incondicional de la comunidad, así como con los compañeros que me han suplido cuando lo he necesitado.

Esta etapa de catarros continuos y recaídas fue dura. Veía que había perdido todo lo que había conseguido y que me estaba estancando. Es entonces cuando volví a replantearme todo: mi alimentación, mi trabajo, mi ejercicio y mi descanso. Todo esto lo había descuidado un poco en el último año, al encontrarme mejor. Bajé la vanguardia y me aceleré. Ahora no podía consentir caer en el desánimo. Mucha gente confiaba en mí y no podía fallarles. De  manera que me dije: comienza de nuevo, no te rindas, tira hacia adelante.

Y fue justamente en esta época cuando conocí a una persona que sería decisiva en el rumbo de mi curación. Pero esto lo contaré otro día.

domingo, 10 de noviembre de 2013

El valor del pequeño movimiento

Además de la alimentación y la respiración, mi amigo naturópata me aconsejó que hiciera ejercicio. Y un día comencé a leer un libro revelador: El cuerpo tiene sus razones, de Thérèse Bertherat.  Esta mujer francesa, después de sufrir una grave pérdida en su vida, comenzó a descubrir de la mano de varias profesionales una nueva terapia que ayuda a recuperar la salud mediante el trabajo corporal: destensando los músculos bloqueados durante años y favoreciendo así la liberación de tensiones, una mejora de la circulación, del funcionamiento de los órganos vitales y también un desbloqueo de emociones enquistadas. Pues los músculos guardan memoria de todos los traumas y nudos emocionales que la persona va acumulando en su trayectoria vital.

Thérèse Bertherat, discípula de François Mézieres, otra gran fisioterapeuta, ha creado un método propio, conocido como antigimnasia. ¿Por qué se llama así? Es una réplica a los ejercicios gimnásticos que, lejos de mejorar el cuerpo, incrementan la tensión y la contracción muscular, generando con el tiempo dolencias y lesiones en huesos y articulaciones. La anti-gimnasia no se opone al ejercicio físico, pero sí a las prácticas bruscas, forzadas y agresivas. Propone una serie de dinámicas que consisten en estirar los músculos de todo el cuerpo y lograr que este recupere su forma natural, con elasticidad y la máxima movilidad. Esto va acompañado de un proceso de liberación emocional. Porque cuerpo y alma están indisolublemente ligados. Cito una frase suya: «Antes de lanzaros a la práctica de ejercicios con frecuencia deformantes, antes de copiar una forma corporal prefabricada, una forma que no es la vuestra, aprended a reconocer vuestra forma corporal auténtica, precisa y bella».

Después de leer este libro, busqué por Internet si en Barcelona había alguien que ejerciera esta disciplina y encontré tres direcciones. Escribí a las tres y me puse en contacto con la que me respondió primero. Así conocí a una excelente terapeuta que hoy es también una buena amiga, Dolors Montpeat. Ofrece talleres de antigimnasia, tanto individual como grupal, en su estudio de la Ronda de Sant Pere. Esta es su página en Facebook: 

En mi primera entrevista con ella supe que la antigimnasia podía ayudarme a mejorar la vista. Al desbloquear músculos de la espalda, el cuello y la cara, favorece la circulación periférica, especialmente en la zona del cráneo, lo cual aumenta el riego sanguíneo del sistema visual y su oxigenación.

Con Dolors descubrí partes de mi cuerpo que nunca había activado: los micromovimientos me permitieron movilizar los músculos de la cara, de los dedos de los pies, de la boca… Me di cuenta de qué poco nos conocemos y qué anquilosados estamos. Saliendo de las sesiones me sentía siempre muy ligero, con amplitud de movimientos y una sensación de liberación muy positiva, tanto física como emocional.


Durante más de un año acudí a las sesiones de antigimnasia. Luego, por motivos de trabajo tuve que espaciarlas, pero en casa he continuado practicando ejercicios que me enseñó Dolors, y que siempre me han ido muy bien.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Reforzando las defensas

En mi búsqueda de recursos para mejorar la visión, una profesional sanitaria me presentó los productos 4 Life. Se trata de unos suplementos basados en los llamados “factores de transferencia”. Estos factores son componentes que tienen las leches maternas, y que potencian las defensas de los bebés durante la lactancia. «Brindan información para que las células del sistema inmune hagan mejor su trabajo». Aislados y concentrados en cápsulas o líquido son una alternativa extraordinaria para situaciones de carencias vitamínicas, bajadas de defensas, estados de estrés y depresión e incluso enfermedades degenerativas, entre ellas el cáncer. Esta conocida me habló de casos de curaciones y mejoras asombrosas, incluso en enfermos terminales sentenciados por los médicos, que con estos factores llegaron a curarse. En mi caso, me podían ayudar a mejorar la circulación y a regenerar los tejidos, y esto me interesaba para el edema macular.

Me interesé por el tema, exploré un poco su página y sus productos. Una persona cercana y amiga tenía un problema grave: su concentración de glóbulos blancos en la sangre era mínima, estaba casi a un nivel de leucemia y padecía de anemia. Ella probó uno de estos preparados y en solo quince días sus niveles se normalizaron totalmente, hasta el punto de sorprender a los médicos que la llevaban desde hacía meses sin obtener mejorías. Esto me decidió a probar yo también. Durante casi un año tomé el Tri-Factor Plus y el Río Vida (potente antioxidante). Y noté una mejoría en la visión, aparte de otros efectos: me bajaron la tensión arterial y el colesterol, gané en bienestar, energía, mejora de mi piel y de los tejidos. Son productos que, al mejorar la salud global, también inciden en la calidad de la visión.

Descubrir cómo la ciencia encuentra remedios innovadores y eficaces me lleva a pensar de nuevo en la importancia de no rendirse nunca, de seguir buscando y de hacerse dueño de la propia salud. Si nos conformamos con una receta o un solo veredicto médico nos estamos cerrando a muchas posibilidades. En mi caso concreto, la actitud de apertura y búsqueda ha sido decisiva para contrarrestar aquella frase: «ya no vas a mejorar más, conténtate con esto», que escuché tras la intervención láser en la clínica Barraquer. Hoy, años más tarde, puedo decir que se equivocaban.

domingo, 27 de octubre de 2013

Comer bien para ver mejor

A través de una persona amiga di con este libro del Dr. Raúl Flint, naturópata referente en el campo de la nutrición y la salud ocular. Lo compré por Internet y poco a poco lo fui leyendo. Fue revelador, pues me confirmó la importancia de la dieta y cómo esta afecta a la visión.

Entre otros descubrimientos de este libro, aprendí que los azúcares refinados son letales para la vista. No es casualidad que muchos diabéticos terminen con problemas de visión, pues el metabolismo de los azúcares daña gravemente el sistema visual. Literalmente, una cucharada de azúcar es un puñetazo en el ojo. Por eso es recomendable abandonar los alimentos refinados: dulces, bollería, harinas blancas y derivados, y optar por los carbohidratos complejos de absorción lenta: las frutas, verduras, legumbres y cereales siempre integrales. Especialmente buena para la vista es la cebada, que en cocido, como arroz, con verduras, queda riquísima.

Otros productos que el doctor Flint señala como perjudiciales son los lácteos y las grasas saturadas presentes en la mayoría de alimentos procesados.

El libro también explica la importancia de la gimnasia ocular, y describe una serie de ejercicios sencillos que ayudan a agilizar la musculatura que mueve los ojos, a relajarlos y a incrementar la agudeza visual. Muchas personas se han beneficiado del llamado método Bates, o de Visión Natural, que se basa en estos ejercicios. Entre ellas, el famoso escritor Aldous Huxley, que apenas tenía un 15 % de visión y llegó a dejar las gafas. En su libro, El arte de ver, describió su proceso de recuperación.

Recomiendo este libro a toda persona interesada por su salud global. En él se habla de nutrición, de salud ocular, de gimnasia visual, de la relación entre los problemas oculares más frecuentes y las emociones. Es muy ameno y práctico. Incluye una tabla de ejercicios para los ojos y un recetario sano y sabroso.

Página web del Doctor Flint: http://www.drflint.com.ar/
Enlace al libro Comer bien para ver mejor.

domingo, 20 de octubre de 2013

¡Alerta con el estrés!

Sabemos que, a menudo, las causas de las enfermedades no son únicamente físicas, orgánicas o debidas a accidentes. El estrés juega un papel importante en no pocos trastornos. En mi caso, ya expliqué que, por temperamento y por mi vocación, siempre he tendido a ser hiperactivo. Llegó un momento en el que soportaba un gran estrés sin ser consciente de ello. Vivir estresado se había convertido en algo natural para mí. Hasta tal punto el estrés puede ser adictivo.

Cuando tuve el accidente vascular todos los doctores que me visitaron coincidieron en señalar que un factor decisivo había sido el estrés. Uno de ellos, concretamente, me dijo que el estrés, en los varones, afecta muy especialmente a la retina.

De manera que no solo tuve que aprender a comer, respirar, hacer ejercicio y descansar. Tuve que afrontar el estrés y aprender a delegar más. Esto, para quien está acostumbrado a dirigir personas y tiene un puesto de responsabilidad, cuesta tanto como cambiar de hábitos alimentarios. Es necesario hacerse una reflexión muy profunda, conocer nuestros límites, no creernos mesías ni Superman. En el fondo, se trata de descubrir que detrás de tanta actividad puede haber un orgullo o una vanidad escondida, o quizás un deseo de huir del vacío. Cuando te detienes y te contemplas a ti mismo, con paz, con humildad, te ves cómo eres, cuáles son tus límites y también tus capacidades.

Poco a poco he aprendido a ser dueño del tiempo y de la propia realidad, a aflojar y apearme de la hiper-responsabilidad. A veces hay que desengancharse, de la gente, del ritmo acelerado, de los compromisos, del querer llegar a todo… Menos es más. Ante Dios, lo que importa es el amor con que haces las cosas, no cuántas cosas haces, ni cuántos méritos te reconocen. Y, a veces, lo más sabio es no actuar, o cambiar de dirección y hacer las cosas de otra manera.


El ser humano busca la armonía y la felicidad. Cuando se olvida de esto, siempre querrá hacer más, siempre le faltará tiempo y las 24 horas del día no le bastarán. Para llegar a plantearse esto es necesaria mucha humildad y vida interior. Tiempo de silencio. Tiempo para rezar. 

miércoles, 16 de octubre de 2013

El poder del pensamiento

Cuando oímos expresiones como “el poder de la mente” o “la fuerza del pensamiento” podemos pensar que se trata de algo esotérico, vinculado a alguna corriente de espiritualidad alternativa, un poder sugestivo, una forma de manipulación o una teoría poco rigurosa científicamente.

Siempre he sido reticente a las terapias que se basan en la alteración de la consciencia. No digo que no haya una base real en estos tratamientos, y me consta que hay terapeutas serios y responsables. Pero también soy consciente de que en este campo se puede dar mucha manipulación, especialmente con personas vulnerables o frágiles, en momentos de crisis, y a menudo se ocultan enormes negocios que se nutren de la debilidad psíquica de las personas.

Pero hoy voy a hablaros de una persona extraordinaria que me hizo descubrir la importancia del pensamiento y la voluntad en todo proceso curativo y de crecimiento. Se trata del doctor Ángel Escudero (ver en la foto). Es médico cirujano, por tanto, viene de la ciencia pura y dura. En sus charlas y exposiciones es pedagógico, racional y clarísimo. Aboga porque las personas aprendamos a utilizar nuestro propio potencial: la mente, los pensamientos positivos, como instrumentos para mejorar nuestra vida.

El doctor Escudero propone dos métodos muy sencillos: aprender a relajarse, con ciertas técnicas muy elementales y al alcance de todo el mundo, y aprender a emplear de manera positiva y creativa nuestro pensamiento. Recomiendo visitar su web y descargar sus libros y charlas. Puede sorprenderos por la claridad con que expone el tema y la base científica de sus planteos. La “noesiterapia” o curación por el pensamiento, que él propone, puede aplicarse tanto a la salud como a cualquier ámbito de la vida. Es asombroso ver los vídeos de sus operaciones sin anestesia, y una maravilla ver los partos sin dolor a los que ha asistido. Actualmente hay muchos médicos de diferentes ramas, terapeutas, enfermeros y comadronas que están siguiendo sus enseñanzas y aplicándolas. Especialmente los que tienen que tratar con pacientes que sufren dolor.

Esta es su página web: http://escudero.com/

Una señora amiga me llevó a una charla y posteriormente tuve la ocasión de conocer y saludar al doctor Escudero. Fui a visitarlo a su casa en Valencia, donde me acogieron con exquisita amabilidad, tanto él como su esposa María José. Mantuvimos una larga charla y me enseñó cómo relajarme, cómo respirar y generar pensamiento positivo proyectándolo sobre mi ojo para potenciar su regeneración.

A día de hoy puedo decir que esta ayuda me ha dado un apoyo importantísimo en el proceso de recuperación. Estoy convencido de que la mente y la fuerza interior han sido cruciales para no caer en el desánimo y salir de los veredictos fatalistas: “no hay nada más que hacer”, “ya puedes conformarte con la visión que tienes”, “agradece por no ir a peor”.  

Durante los meses que estuve aplicando activamente los principios del doctor Escudero tuve un largo intervalo de mejoría visual sin tener que volverme poner la inyección de Lucentis. De hecho, pasé más de un año de “tregua”, lo que permitió que mi visión mejorase y el tejido ocular se fuera regenerando.

El doctor Escudero ha ayudado a muchos pacientes, incluso invidentes, a mejorar de manera sustancial su visión. Hoy somos buenos amigos y nos vamos escribiendo y siguiendo mutuamente.

domingo, 13 de octubre de 2013

Buscando alternativas: el oxígeno

El hecho de tener que pincharme en el ojo cada pocos meses me llevó a seguir buscando formas de mejorar mi salud integral con terapias complementarias, siempre aconsejado por terapeutas o doctores amigos.

Todos sabemos que nuestro cuerpo necesita oxígeno para poder generar energía. Tomamos oxígeno por los pulmones, por la piel y por el agua y los alimentos que ingerimos. El oxígeno se transporta por la sangre y mantiene en buen funcionamiento los tejidos y, por tanto, los órganos. Una falta de oxigenación provoca un envejecimiento de los tejidos, lo que se llama “estrés oxidativo”, y un deterioro progresivo del organismo. En mi caso, el trombo ocular provocó que una zona del ojo quedara poco oxigenada o “isquémica”.

Si el cuerpo necesita oxígeno, el cerebro necesita cuatro veces más que el resto del organismo. Pero los ojos, ¡necesitan veinte veces más oxígeno! Por tanto, una buena oxigenación es vital para mantener la visión.

Una forma de oxigenar es hacer deporte, sobre todo de tipo aeróbico, que te haga sudar. Correr, caminar a paso ligero o la bicicleta son buenas opciones. El movimiento de la sangre y la necesidad de respirar con más intensidad favorece la toma y la circulación de oxígeno.

Otra buena práctica es la respiración consciente. Hay varias técnicas, pero lo esencial en todas ellas es:
  • Practicar respiraciones profundas de 10 a 15 minutos cada día.
  • Inspirar y espirar siempre por la nariz.
  • Seguir un ritmo. Contar hasta seis inspirando, retener el aire en tres y soltar suavemente contando hasta nueve.
  • Vaciar completamente los pulmones al espirar y aguantar un segundo o dos antes de volver a inspirar.
  • Respirar con el abdomen: no debe hincharse el pecho, sino el vientre, sintiendo cómo el aire entra hasta el último rincón de los pulmones.
  • Todo esto, sin forzar ni tensar, en postura erguida, de pie o sentados con la espalda recta y las manos sobre los muslos. También se puede hacer tumbado boca arriba sobre una colchoneta, de manera que el cuerpo esté relajado.
  • Lo ideal es practicar las respiraciones en un lugar donde el aire esté lo más puro posible. En las ciudades, podemos buscar jardines, ir a la playa, una montañita… Y también mirar las horas en que hay menos tránsito y contaminación.

Hay alimentos que aportan oxígeno, los llamados “antioxidantes”. En especial, los cítricos y las frutas rojas y naranjas: granada, uva, mirtillo y frutas del bosque, ciruelas, kiwi. Las bayas goji son un super-alimento con un alto poder antioxidante. De las hortalizas, son buenos el ajo y la cebolla, las verduras de hoja verde, la zanahoria, la remolacha, la calabaza, el tomate. El aguacate y los frutos secos contienen mucha vitamina E, la grasa antioxidante por excelencia. Pero el antioxidante más potente es el cacao. Ojo, no el chocolate adulterado con leche, azúcares y grasas añadidos. Mejor comprarlo natural, sin azúcar y mínimo que contenga 70 % cacao.

Aunque tengamos buenos hábitos, pueden darse situaciones de carencia o de necesidad especial de oxígeno, sobre todo entre las personas que vivimos en ambientes contaminados. Además, las frutas y verduras no ecológicas, cultivadas con fertilizantes y en terrenos empobrecidos, no siempre proporcionan todos los nutrientes que deberían. Por eso puede ser necesario ayudar con algún aporte extra de oxígeno. En este sentido, conocí unos productos que, tomados en gotas y jarabe, aumentan el oxígeno en sangre. Los tomé durante una temporada y sentí mejoras y un mayor bienestar general.

Además, en casos especiales de gente con problemas respiratorios o que sufra isquemias puede ser interesante contemplar alguna de estas terapias, siempre previa consulta médica:

domingo, 6 de octubre de 2013

Nuevas opiniones médicas

Como ya hice después de la trombosis, después de sufrir este edema macular decidí buscar otras opiniones médicas sobre el tratamiento con Lucentis. Algunos amigos me pusieron en contacto con diversos centros y oftalmólogos. Así que durante los meses siguientes hice tres visitas: al Institut Català de la Retina, al IMO y al Doctor Jordi Monés (que visita en la clínica Teknon).  

Me quedé bastante tranquilo: todos los doctores coincidieron en que el tratamiento que estaba siguiendo en la clínica Barraquer era el adecuado, siguiendo el protocolo para casos como el mío. El doctor Monés insinuó que quizás podía incorporarse algún corticoide a las inyecciones, para bajar la inflamación, aunque también existía el riesgo de que esto aumentara la presión ocular. Debo decir que este doctor está participando en investigaciones punteras, a nivel mundial, buscando nuevos tratamientos más eficaces para la degeneración macular y las retinopatías. Me comentó que es posible que en los próximos años surja una alternativa al Lucentis y al Avastine, mucho más potente, pero todo está en fase experimental y pasará un tiempo antes de que se aprueben los nuevos fármacos.

Ahora explicaré un poco más en detalle en qué consiste mi patología. En el dibujo se ve una retinopatía diabética, parecida a la que sufro, aunque de origen distinto. Técnicamente, es un edema macular, producido por el trombo que me ocluyó unos capilares sanguíneos. Aunque el trombo fue sellado con láser, dejó una secuela, que es esta zona inflamada ―el edema― en la retina. Por diferentes causas, el edema genera nuevos vasos sanguíneos para irrigar y oxigenar la zona del ojo. Pero estos vasos son frágiles y se rompen y exudan con frecuencia. Cuando esto sucede, se pierde visión y hay que pinchar de inmediato para sella la fuga de fluidos. Los vasos sangrantes se inactivan y la mejora viene al cabo de pocos días. El efecto puede durar como mínimo dos meses. Si el medio es favorable, hasta más de un año. Todo depende de la salud global del cuerpo y de las emociones. Una hipertensión, un disgustos, un colesterol alto, el excesivo estrés, todo puede provocar una nueva hemorragia.

De todos modos, muchos retinólogos opinan que muchas inyecciones pueden ser contraproducentes y llegar a dañar la mácula, que es el punto de visión central de la retina. Además, yo fui notando, con el tiempo, que iba perdiendo la viveza en la percepción de los colores. La mácula se ensancha y se pierde definición.


Paralelamente, continué mejorando mi nutrición. Una doctora amiga me aconsejó ciertos complementos para aumentar la oxigenación de la sangre. De esto hablaré más extensamente el próximo día. No valoramos lo suficiente la importancia del oxígeno en nuestro cuerpo, ¡pero muy especialmente en el ojo!

jueves, 3 de octubre de 2013

Buscando alternativas - 1

Desde noviembre 2008 hasta junio 2009 me tuvieron que pinchar en el ojo cinco veces, cada dos o tres meses. Imaginaos la situación. Me fui acostumbrando al quirófano y a la fuerte impresión, pero no acababa de ver una salida. La doctora Viver me decía que era un paciente ejemplar, pues a la menor señal de distorsión ya acudía a consulta y esta inmediatez era buena para poner remedio en seguida y evitar daños mayores. “Eres un paciente muy consciente y sensible”, me decía, dándome ánimos.

De todos modos, no me quise resignar. Notaba que el ojo se resentía con tanta inyección. Económicamente era demasiado costoso. Así que hablando con amigos, doctores y terapeutas, busqué la forma de hacer algo más por mi visión, para intentar evitar las hemorragias internas del ojo.

Una de las cosas que he aprendido es que todo problema localizado en un órgano es síntoma de un estado general del organismo. Ya he comentado mi estrés, sobrepeso, hipertensión… Aunque lo iba controlando y estaba mucho mejor, aún tenía que abordar más en profundidad mi salud global.

Visitando a la herbolaria María Crespo, experta en herboristería y medicina orto-molecular, supe de la relación entre el ojo y el sistema digestivo, concretamente, el hígado. Un hígado inflamado por los malos hábitos alimenticios propicia una sangre no limpia, problemas circulatorios y también en la visión. Con ella seguí un tratamiento con hierbas hepáticas, encaminadas a desintoxicar el hígado y la sangre, y a fortificar las paredes arteriales, algo fundamental para evitar hemorragias internas de los capilares.

Otra terapia que probé fue la que ofrece María Contreras, que utiliza aparatos que generan ondas y calor. Durante varias sesiones me aplicó sus máquinas a la zona del ojo, cuello y espalda para reactivar la circulación periférica.

¿La eficacia de estas terapias? Creo que mejoré, aunque el tema del sangrado ocular no se resolvió como hubiera deseado. Pero estaba poniendo las bases de una nueva forma de alimentarme y de entender la salud. También comencé a regenerar, poco a poco, todo mi cuerpo, y esto siempre es importante. Aunque de entrada no combatió el síntoma, mejoró el estado general ―circulación, situación anímica, sistema digestivo― y esto ha tenido un efecto beneficioso a largo plazo.

En resumen, aprendí a ser un paciente no pasivo, sino activo. Cogí las riendas, me hice responsable de mi vida y de mi salud y aprendí que los médicos son un apoyo, no infalible ni definitivo, pero que todo depende de ti. Por eso siempre hay que seguir buscando opciones. En la próxima entrada explicaré otras que han ampliado mi visión de la salud y de la fuerza vital que todos llevamos dentro. Nuestro cuerpo está diseñado para estar bien y para curarse.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Salida al ruedo: la primera inyección de Lucentis

Era el día 11 de noviembre de 2008. De buena mañana fui a la clínica Barraquer para someterme a las pruebas preparatorias a la intervención: examen optométrico, OCT y angiografía, seguidas de una visita a la doctora Viver para examinar el fondo de ojo y confirmar la necesidad de la inyección. Después tuve que firmar una autorización, con la que se aseguran de que te haces responsable ante cualquier problema o complicación que pueda surgir y la clínica se cubre legalmente; ya no puedes reclamar nada si las cosas van mal. Y me citaron a las 16.30 h para la intervención. 

Llegué puntual y lo primero que tuve que hacer fue pasar por caja. El importe de la inyección ascendía a 1412 euros. Por tener una mutua, el precio bajó a 1012 euros ―la mutua cubría la parte del quirófano―. La verdad es que me pareció muy caro, y más después de saber que el coste de producción del medicamento es bajísimo. Esto lo encuentro escandaloso. Pagar esa cantidad, que me costó esfuerzo conseguir, fue como otro pinchazo psicológico y moral. Pensé en todos los pacientes que, después de ser expoliados, no mejoran con el tratamiento, o sufren complicaciones. En todos los que no pueden permitirse pagar esta terapia o gastan en ella los ahorros de toda una vida. Mientras esperaba, iba mirando a los otros pacientes que, como yo, debían someterse a la inyección. Eran personas diversas, la mayoría ancianas, algunas venidas de muy lejos. Me pregunté qué ocurre con los que no pueden pagarse este tratamiento… Y con los que recurren a la sanidad pública pero tienen que esperar un tiempo, a veces demasiado, y son intervenidos cuando el deterioro visual ya ha avanzado hasta el punto de incapacitarlos. Me parece indignante, y una afrenta al juramento hipocrático que todo médico debería tener presente.

Éramos unas 25 personas, y se me figuró que parecíamos toros llevados al ruedo. Las puertas del quirófano se abrían y se cerraban, entraban y salían médicos y enfermeras. La luz de las salas de espera era fría y triste; la decoración en blanco y negro me pareció oscura y no contribuía a animar el ambiente. Y, mientras tanto, los pacientes esperábamos a que nos fueran llamando, acompañados de nuestros familiares, que hacían más soportables esos momentos. Especialmente para los que, como yo, íbamos por primera vez.

¿Cómo me sentía? Volvía a sentir opresión en el ojo.  Casi había olvidado el láser y reviví esa primera agresión, aunque intenté convencerme a mí mismo de que realmente todo era más sencillo: un simple pinchazo y nada más. Pero, en el fondo, mi ojo iba a ser atravesado por una fina y larga aguja. No podía evitar pensar en ese momento y tragué saliva.  Pero estaba dispuesto, pues sabía que era la única solución para detener el sangrado en la retina, así que me armé de valor.

Cuando me llamaron pensé: ¡al ruedo! Estaba acongojado. Atravesé un pasillo y me encontré con las enfermeras. Me hicieron tumbarme en una camilla, me desinfectaron el ojo y me lo anestesiaron con muchas gotas. Mientras iban preparando la entrada al quirófano me cubrieron la cara con una tela y practicaron un agujero en el lado izquierdo, por donde la doctora iba a intervenir. En el trayecto hacia el quirófano oí todo tipo de comentarios por parte del equipo sanitario: conversaciones sobre sus vidas privadas, bromas frívolas, risas… Supongo que es habitual, para ellos ese trabajo es rutinario, pero desde el punto de vista del paciente, que está allí tendido, inquieto y angustiado, me pareció una falta de profesionalidad.

Unos minutos después estaba en el quirófano, entre los enfermeros que seguían echándome gotas en el ojo. La doctora Viver me saludó con calidez. En medio del ajetreo su voz sonaba como una suave música, pues ella siempre es muy amable y delicada en el trato. Me fue indicando los pasos a seguir. El momento más duro fue cuando, con unas pinzas redondas, me abrieron los párpados, ejerciendo una fuerte presión sobre el ojo para inmovilizarlo. Segundos más tarde, sentí la inyección, penetrando en el ojo y liberando el fármaco, una especie de amalgama que va directa a la retina. Ese momento es el más delicado, porque no puedes moverte ni un milímetro.

Noté la textura del medicamento esparciéndose por el interior del ojo, creando un efecto visual multicolor. Y se acabó el martirio. Después de hacer la grabación protocolaria, la doctora se despidió cordialmente y me dijo que todo había ido muy bien y que había sido un paciente ejemplar.

Cuando salí al pasillo me dieron unas gotas desinfectantes para ponerme en el ojo durante cinco días y me acompañaron a casa. Llegué agotado mentalmente e intentando tranquilizarme. Tenía el ojo muy rojo por la presión, y dolorido. Ese día fui consciente de la enorme cantidad de gente que sufre patologías oculares como yo, y deben pincharse, no una sino muchas veces, con regularidad. Me sentí solidario con ellas y quise aprender más sobre mi dolencia y sobre la salud ocular. Fue el inicio de un largo camino que, a ratos, iba a ser cuesta arriba. La doctora me dijo que era imprevisible cuántas inyecciones podría necesitar, y yo esperé y deseé que no fueran muchas más. Pero, a partir de entonces, y en los años siguientes, pasé por un calvario de más de diez pinchazos. 

martes, 24 de septiembre de 2013

Una membrana idiopática

Cuando ya parecía que todo se normalizaba y había recuperado hasta casi un 80 % de la visión que tenía antes, ¡un nuevo sobresalto! Un día comencé a ver todas las líneas rectas distorsionadas. Era como tener una enorme gota de agua delante del ojo, que deformaba los rostros, las formas, las imágenes… Me asusté. Ver así genera una enorme angustia e inseguridad. Y, de nuevo, una tarde de fin de semana, tuve que correr a urgencias a la clínica Barraquer. Fue en noviembre de 2008.

¿Qué ocurría? El diagnóstico reveló que se me había formado una membrana idiopática en la retina. Que esta membrana, formada por diminutos capilares sanguíneos, había sufrido la rotura de algunos de estos vasos. La sangre y el líquido habían invadido la retina y esto es lo que provocaba la visión distorsionada.

Una membrana “idiopática”, dice el informe. ¿Qué es esto?, pregunté. La doctora de urgencias que me atendió dijo que idiopático significa que no se conoce el origen o la causa. Me quedé todavía más desconcertado. También me dijo que esto solía ocurrir cuando había habido accidentes vasculares como el mío, una zona isquémica y una zona edematosa en la retina. Las membranas retinianas son frecuentes en pacientes con degeneración macular asociada a la edad, que no es mi caso.

Al día siguiente me visitó una especialista en fondo de ojo, la doctora Viver. Me hizo pasar por varias pruebas para ver exactamente cómo lo tenía. Entre ellas una tomografía de coherencia óptica, una OCT, la primera de muchas (en la foto podéis ver una OCT de un fondo de ojo con gotas de líquido, similar a la mía en aquel momento). La doctora fue muy amable y me explicó muy bien cómo son y se forman estas membranas neovasculares en la retina. Se pueden producir por causas diversas, una podría ser la falta de oxígeno: tras una trombosis, el tejido ocular se rehace, generando un cúmulo de vasos sanguíneos nuevos para irrigar la zona dañada. Pero este tejido es frágil y los capilares se rompen con facilidad o exudan líquido. ¿Tratamiento? Hasta hace unos años no lo había, y la persona tenía que resignarse a ir perdiendo visión sin remedio. Afortunadamente, me dijo la doctora, desde el año 1996 existe una terapia bastante eficaz: las inyecciones intraoculares con un medicamento que inactiva la membrana, sellando los vasos que supuran. Este tratamiento resuelve parcialmente el problema, al menos durante un tiempo, e impide la pérdida de visión. En algunos casos, se puede recuperar la visión perdida e incluso detener el problema.

La verdad es que al oír la noticia sentí a la vez alivio, porque había un remedio, pero por otro lado la idea de recibir una inyección directa al globo ocular no me hacía ninguna gracia. Hoy, es la única solución reconocida por la oftalmología oficial. Aunque se está investigando para buscar medicamentos más eficaces y de efectos más duraderos. Pero todo está en fase experimental y los nuevos tratamientos tardarán unos años en salir.


La prescripción de la Dra. Viver fue una inyección de Lucentis. Y en la próxima entrada explicaré mi experiencia, el inicio de un largo calvario… porque no fue la única vez, ni mucho menos.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Tregua y recuperación

Después del láser inicié un periodo de progresiva mejora. Continué con mis buenos hábitos, aunque quizás en alguna época aflojé un poco. El doctor Nadal me dijo que ya me podía considerar satisfecho y que no esperara más mejorías. La verdad es que, aunque las pruebas de las revisiones no arrojaban cambios, yo sí notaba una mayor agudeza visual con el paso del tiempo.

De todas maneras, tuve que adaptarme para realizar algunas de mis tareas ordinarias. El impedimento mayor era la lectura, pues aunque recuperé visión no podía ―ni todavía puedo― leer un texto con una fuente de 12, 14 o 15 puntos.

Por mi trabajo, que me pide recurrir constantemente a la lectura, hice varias cosas. No podía utilizar mis gafas de antes, pues mi grado de visión oscilaba en periodos de tiempo muy cortos. Así que pedí a mis colaboradores que me pasaran en Word, con letra grande, los textos que debía leer cada día. Empecé con letras de 30 puntos, y fui bajando progresivamente hasta 18. Además, para leer libros, revistas o periódicos, comencé a utilizar lupas o lentes de aumento. En el ordenador, aprendí a ampliarme la visión en pantalla y comencé a utilizar fuentes claras y grandes. Me compré agendas nuevas, más grandes, donde anoté con letra gruesa todos los datos. Y procuré que el teléfono móvil también tuviera una pantalla grande, con teclas y números bien legibles.

Lo que no quería, en ningún caso, era quedarme quieto y dejar de hacer mis actividades cotidianas. Tampoco dejé de conducir, y debo decir que nunca he tenido problemas en este sentido. Al contrario, el esfuerzo por aguzar la vista y conservar la visión panorámica creo que ha contribuido positivamente a mi mejora, a que el ojo no se acomodara. Y, emocionalmente, he evitado paralizarme y hundirme.

Cuando te falla un sentido tan importante como la vista te das cuenta de que los otros sentidos se agudizan y te ayudan. También crece el ingenio creativo: toda nuestra naturaleza está preparada para responder a una emergencia y recobrar la normalidad. Ahora bien, es necesario tener espíritu de lucha y perseverancia, sin mirarse el ombligo.

Otra cosa que me ocurrió es que descubrí que hay muchísimas personas que sufren de la vista. Comencé a hablar con feligreses y vecinos del barrio que me contaron sus problemas visuales. Uno de ellos fue el que me dijo que tuviera mucha paciencia, pues a él le costó varios años recuperarse de un accidente ocular similar al mío.

Saber que las patologías oculares afectan cada vez a más gente me hizo consciente de la importancia de cuidar la vista y ayudar a quienes sufren a mejorar sus condiciones.

Pasó más de un año. Pero este periodo de tregua y mejora… iba a verse dramáticamente truncado.

domingo, 15 de septiembre de 2013

El láser, una prueba delicada

Mi amigo naturópata me dijo que, con paciencia y mucha disciplina, podía resolver la hemorragia interna ocular. Pero tenía que buscar más tiempo para descansar y relajarme. Lo ideal hubieran sido dos o tres meses de retiro y vacaciones, que por mi trabajo pastoral y social me era imposible. Tras unas visitas de revisión en la Clínica Barraquer, el oftalmólogo creyó oportuno intervenir con láser para sellar las fugas de los capilares sanguíneos y evitar males mayores.

El tema es que se empezaba a producir una isquemia ―falta de oxígeno― en una parte de la retina, y esto podía tener consecuencias más graves y pérdida de visión.

El doctor Nadal, un afamado retinólogo de reconocimiento internacional, fue el que me trató. La sesión de láser fue en abril del 2007, y apenas duró unos minutos. La prueba se llama “fotocoagulación con láser argón” y consiste en aplicar varios impactos de láser en la zona dañada para sellar los vasos sanguíneos y evitar más derrames. En realidad, es como hacer una soldadura para evitar fugas.

¿Cómo me sentí? Previamente me anestesiaron un poco para que me tranquilizara, pues, aunque te aseguren que es una operación de rutina y que el médico está acostumbradísimo a hacerlo, impresiona y asusta. Finalmente, aunque sea una cura, no deja de ser una agresión en un órgano vital y delicadísimo. Un error de milímetros podría ser fatal y esto lo tuve muy presente cuando firmé los documentos de consentimiento previos. Tenía la lesión muy cerca de la mácula (zona de visión central del ojo) y solo pensar que el láser pudiera desviarse unas décimas de milímetro me causaba pánico.

El doctor Nadal me preguntó por qué sudaba tanto. ¡Estaba acongojado! Le confesé el miedo que sentía y me tranquilizó con una sonrisa y una palmada. Luego, me sujetó el ojo con un tubo cilíndrico y comenzó a “disparar”. Yo rezaba.


La intervención fue bien. Tan bien que, al cabo de un mes, recuperé casi el 90 por cien de mi visión anterior. El doctor me dijo que ya no tenía que hacer nada más: recuperarme e ir visitándome regularmente para hacer revisiones del fondo de ojo. Y seguir cuidando mi tensión arterial.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Cambio de hábitos, fuerza de voluntad

Ahora voy a explicar qué cambios emprendí para iniciar este camino de curación. Debo recalcar que todos los médicos, lo primero que me decían era que vigilara con la hipertensión. Y esto iba relacionado con mi peso y mi alimentación.

Así que tomé unas decisiones, con firmeza. Mi amiga, la señora que se recuperó del cáncer, y mi amigo naturópata me dieron unas primeras pautas. Una doctora de confianza me aconsejó varios suplementos de vitaminas y oxígeno. Se trataba, no solo de mi ojo, sino de curar mi cuerpo entero, pues el derrame ocular no fue sino el síntoma de un estado general de mucho riesgo. Necesitaba una desintoxicación interna y una mejor nutrición.

Lo primero que hice fue eliminar una serie de alimentos que siempre había consumido. Noté que realmente son adictivos, pues me costó dejarlos. Fueron: la Coca Cola, los embutidos, los cocidos con mucha grasa y “sustancia”, el pan blanco y la sal. Siempre me gustó comer bien salado, y tuve que acostumbrarme a descubrir el sabor de los alimentos sin sal o con muy poca.

Mis desayunos cambiaron radicalmente: comencé a tomar frutas, sobre todo piña, en los comienzos, y luego fruta del tiempo, especialmente frutas con mucha vitamina A y C, que son buenas para la vista: uvas, ciruelas, cerezas, melocotones, granada… A media mañana, una rebanadita fina de pan, integral o de semillas, con atún, sardinas, jamón o queso fresco, preferentemente de cabra. Nada de chorizos ni otros embutidos. En cantidades moderadas. También me acostumbré a tomar jugos recién exprimidos, unos días de limón, otros días de naranja o pomelo.

Dejé el café con leche y todo tipo de refrescos gaseosos y azucarados. Comencé a tomar infusiones y zumos de frutas (más adelante también dejé los zumos envasados).

A mediodía y por la noche me acostumbré a tomar mucha verdura y grandes boles de ensalada variada, no solo lechuga, sino zanahoria, cebolla, tomate, semillas, aguacate… A todo lo que podía, le echaba ajo, otro alimento estrella contra la hipertensión y el colesterol. Bien aliñado con aceite de oliva virgen. La carne me la quité (salvo el jamón y algún que otro bistec a la plancha, muy puntualmente, cuando he tenido compromisos). Y el pescado, siempre a la plancha o hervido. Algunos días, blanco y otros días pescado azul (atún, sardina, jurel) que es bueno para el colesterol.
Al cambio de dieta incorporé las caminatas. Prácticamente cada día como mínimo media hora o tres cuartos. Me acostumbré a ir a pie para realizar cualquier recado o gestión que no fuera muy lejos.

Empecé a ir al mar o a parques y jardines y allí hacer ejercicios de respiración profunda. Muchas noches y muchas mañanas, a primera hora, también empecé a salir a la terraza para respirar hondo.

¿Resultado? En tres meses, bajé quince kilos de peso. En seis meses, veinte. Llegué a pesar 58 kg, mi peso ideal, de los casi 80 kg que había llegado a tener. Sin pastillas ni gimnasio, solo con caminar, respirar y comer bien. Es decir, comer sano. Mi tensión arterial bajó de 16-22 a 12,5-8. Mi colesterol se redujo a la mitad.

Esto contribuyó a que me sintiera más ligero y más sereno. Empecé a dormir mucho mejor, me levantaba mucho más fresco y despejado. Sentía una vitalidad que desde jovencito no había tenido. Aunque perdí visión, gané en creatividad y claridad mental, y esto se reflejaba en mis tareas y en mi día a día.

El ojo humano

Aquí posteo una imagen esquemática del ojo humano con sus partes. 

El daño que tuve fue en la retina, que es el tejido que cubre el fondo de ojo. Por decirlo así, es la pantalla donde se recogen la luz y las imágenes que se transmiten al cerebro vía nervio óptico. Cualquier problema en la retina causa distorsión o pérdida en la visión. 

Nuestros ojos son dos hermosas perlas que nos permiten conectar con la realidad, y que hemos de cuidar como tesoros. Nunca las valoras tanto como cuando estás a punto de perderlas.



jueves, 5 de septiembre de 2013

Las primeras ayudas

A raíz de lo ocurrido, fui muy consciente de que tenía que recuperar la vista. Por mi responsabilidad pastoral y mis tareas, no podía permitirme quedarme quieto.

Lo primero que hice fue visitarme con un cardiólogo para bajar la tensión y el colesterol. Como podéis imaginar, me recetó unos medicamentos y que vigilara mi dieta.

Pero, por mi cuenta, acudí a pedir otras ayudas. Tengo amigos que trabajan en el campo de la medicina natural, obteniendo muy buenos resultados con sus pacientes. Así que recurrí a ellos. También me ayudó una feligresa de la parroquia de San Pablo, donde entonces era rector. Esta mujer ejemplar, que vive sola y lleva una vida autónoma, a sus noventa tantos años, se recuperó de un cáncer después de estar desahuciada. Lleva una vida sanísima y lee perfectamente sin gafas, a su edad.

Tanto ella como mis amigos naturópatas me dieron orientaciones dietéticas y me hicieron ver la necesidad urgente de cambiar mis hábitos alimentarios. Y así lo hice. Cuando te juegas algo tan importante como la vista, todo sacrificio es poco. Así comencé a tomar muchas verduras, ensaladas, frutas… Dejé totalmente la Coca-cola, los embutidos, los fritos y los enormes bocadillos que tomaba antes. Fue un cambio radical, y en pocos meses perdí casi 20 kg. La gente a mi alrededor quedó bastante sorprendida.

La verdad es que un cambio de hábitos dietéticos cuesta, pero me encontré mucho mejor. No solo más ligero, sino que comencé a dormir mejor, se me quitó la constante sed que tenía antes y, lo más importante, normalicé mi presión arterial y mi colesterol fue bajando gradualmente.

Lo que más me motivó en esa etapa fue pensar en los demás: por ellos debía cuidarme. Y no conformarme con tomar unas pastillas, sino con replantear mis hábitos y buscar la salud global. Mi ojo fue la víctima de un estado físico dañado, por causa de un estilo de vida poco saludable. A veces necesitamos un susto para reaccionar. Cuando dejamos de ver bien los rostros, los detalles, las cosas hermosas que nos rodean, nos damos cuenta de que podemos perder algo muy importante. Y está en nuestras manos cambiar.