Después de un año y medio todo iba de maravilla. Casi podría
decir que mi visión se normalizaba. En mis actividades lectoras cada vez había
más seguridad. Creía que estaba ganando la batalla cuando, a mediados de julio,
un calor inclemente arreció por toda Cataluña. Acostumbrado a una visión más
clara de golpe empecé a notar los síntomas que ya conocía bien: las líneas
rectas se volvieron torcidas, comencé a ver formas distorsionadas y
progresivamente fui perdiendo la capacidad lectora, mientras que veía el perímetro
de los objetos cada vez más deformado. La inquietud se apoderó de mí y en
seguida llamé a mi oftalmólogo para que me hiciera una revisión de urgencia. Me
dio hora de inmediato, me hizo las pruebas pertinentes ―campimetría,
examen optométrico, OCT― y me
dijo que volvía a haber actividad, no ya en la membrana neovascular, sino en la
parte superior de la retina, fuera de la zona afectada por el trombo. Esta vez
no se trataba de un neovaso; la fuga de líquido venía de otra parte. El efecto era
el de siempre: visión borrosa, deformidades, aristas que se convierten en líneas
onduladas… La solución fue una nueva inyección de Avastin, que me puso al día
siguiente, como he contado ya.
Aunque no es doloroso, el impacto psicológico de esta
distorsión es grande. Verlo todo torcido y deformado genera inquietud. Lo bello
deja de serlo. Hay que estar muy fuerte anímicamente para que esta situación no
te derrumbe y puedas mantener la serenidad interior. La única actitud sana es
aliarte con el tiempo y esperar la recuperación, que a veces es más lenta de lo
previsto.
La calma es necesaria para que el proceso curativo, físico,
energético y emocional, siga su curso. Apresurarse
no ayuda a la recuperación. Todo cambio necesita tiempo y un entorno sereno,
así como una fuerte templanza interior. Yo calculaba un tiempo más corto para que
la inyección hiciera su efecto, pues otras veces el beneficio era casi
inmediato. Pero esta vez los efectos se han retrasado, por tratarse de otra
vena que de entrada no estaba afectada. Todo se ha ralentizado y, en mi
impaciencia, he querido visitarme con la retinóloga de guardia en el
ambulatorio, temiendo que mi problema fuera a peor. Ella me ha tranquilizado y
me dice que todo es completamente normal y que tenga paciencia.
La prisa es enemiga de la recuperación. Al pasar tanto
tiempo sin tener que pincharme me había olvidado de que todo órgano afectado
por cualquier lesión tiene una enorme capacidad de autoregeneración. Pero requiere
un tiempo necesario para que se produzca la mejoría. Correr es una adicción más
fuerte de lo que creemos, no solo a nivel externo, de compromisos y responsabilidades,
sino interiormente. Cuando no soportas la lentitud te sientes acelerado por
dentro, das vueltas y no paras de correr y correr, buscando salidas. La prisa
es una enemiga de la sanación. Quieres que todo ocurra de inmediato, ya, como
si fueras el dueño del tiempo. Y el ritmo suave y lento es clave para volver a
la normalidad. Los ojos no dejan de aleccionarme. Me hacen parar, ser más
humilde, delicado y sereno. Me ayudan a pasar más tiempo conmigo mismo,
rezando, reflexionando con calma el por qué de este nuevo tropiezo.
Mis ojos se están convirtiendo en mi maestro interior. ¡Cuánto
tengo que aprender todavía! Mi corazón desea alcanzar la sabiduría y para ello quizás
sean necesarias las lecciones dolorosas de este maestro del alma.
Agradezco el apoyo de las personas que están pendientes de
la salud de mis ojos. Ellas rezan, me apoyan, me siguen en mi proceso y me
ayudan con todo lo que pueden.
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