El estrés tiene un
impacto muy importante: acelera la pérdida de visión. Hay un estrés interno: mental y emocional. Se
trata de resolver problemas. El estrés externo está causado por factores
ambientales: radiaciones, polución, transgénicos, fármacos, infecciones…
Cuando sufrimos
estrés, ya sea emocional o ambiental, se da una respuesta del sistema nervioso
simpático (reacción ataque-huida). Esta respuesta está encaminada a la supervivencia.
Es útil cuando estás en peligro o te persigue un tigre. Te da la capacidad de enfrentarte
o escapar. Va asociada al miedo. Pero esta respuesta no es la mejor cuando no
hay una causa real.
En una situación
de estrés, toda la química cerebral nos prepara para sobrevivir. La digestión se detiene y las glándulas suprarrenales
segregan cortisol y catecolaminas para que físicamente estemos fuertes y
podamos afrontar el peligro. El problema es que hoy estamos bombardeados por
mil factores que nos causan estrés: conflictos laborales, problemas económicos,
Internet. Podemos estar sentados en nuestro despacho, sin una amenaza física
real, pero estamos padeciendo estrés a causa de la gente que nos rodea y los problemas
que tenemos que resolver.
No estamos
diseñados para vivir en un estado de estrés
crónico. El estrés físico en los animales se da de forma súbita, dura unos
minutos y después el cuerpo regresa a su estado de relajación natural. En los
humanos, el estrés prolongado es algo de ahora, hemos vivido miles de años de
otra manera y no estamos adaptados. Nuestros cerebros han desarrollado
mecanismos para protegernos, pero la constante liberación de las hormonas del
estrés en nuestra sangre provoca cambios en la química cerebral y acaba causando
daños y neurodegeneración. El estrés produce vasoconstricción, que reduce el
flujo sanguíneo, favorece la inflamación, el estrés oxidativo y la acidosis.
Todos estos factores aceleran la degeneración ocular.
El estrés impide
una respuesta del sistema parasimpático, que nos relaja y nos repara. La
respuesta de estrés crea un círculo vicioso: al deteriorarse el organismo, éste
se estresa todavía más.
Ante una
enfermedad o un problema que nos abruma y nos sobrepasa, nuestro sistema entra en
pánico y nos sentimos impotentes. Surge la reacción del ataque –
huida, que podemos aplicar a la enfermedad. O la negamos (¡Esto no me puede pasar a mí!) o
intentamos huir (depresión, negación).
Esto es un error.
Lo que ocurre es que perdemos nuestro control y nuestro poder. Necesitamos
adoptar una percepción más correcta: hasta cierto punto puedo controlar y gestionar lo que me sucede.
Tomar las riendas
¿Cómo recuperar el
control? Con educación. Podemos preguntarnos: ¿qué es lo que me pasa? ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo
puedo gestionarlo?
Cuando estamos
estresados no activamos el área cerebral creativa de resolución de problemas.
Todo es blanco o negro, no hay alternativas. Cuando estamos relajados activamos
nuestra inteligencia creativa y podemos pensar en soluciones. Ya no estamos
utilizando el cerebro primitivo, reptiliano, sino el cerebro evolucionado que
nos ha hecho humanos, imaginativos y capaces de soluciones creativas.
Necesitamos educación para utilizar esta parte del cerebro que ve opciones y
nos permite buscar remedios. Más allá de lo que nos dicen, comprendemos lo que
nos ocurre, sus causas, y podemos tomar el control de la situación.
Cada vez que os
estreséis o vuestra dolencia ocular os angustie, tomad perspectiva. Ante la pérdida de
visión y cualquier otra enfermedad solemos magnificarla. No dejéis que esto os
ocurra. Aprended todo cuanto podáis sobre vuestra dolencia y buscad soluciones
alternativas.
El próximo día... ¡no os lo perdáis! Algunas maneras eficaces de gestionar el estrés.
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