Hoy empezaré a hablar de tres sustancias, muy frecuentes en
nuestra alimentación, que contribuyen a arruinar nuestra salud, tanto física
como mental y anímica.
¿A qué me refiero? Al trío letal formado por: azúcares, harinas refinadas y grasas hidrogenadas.
Cada una de las tres es perjudicial, pero su combinación es una bomba para la
salud. La obesidad, la hipertensión, enfermedades cardiovasculares y
degenerativas, depresiones, déficit de atención, hiperactividad en los niños…
muchísimos trastornos están directamente relacionados con su consumo. Lo peor
es que estos tres componentes forman parte de una gran mayoría de los productos
que encontramos en los supermercados. Los consumimos a diario, en cantidades
importantes y, además, generan una dependencia tan fuerte como las drogas
duras. Si no lo creéis, probad a pasar una semana sin probar pan, bollería,
dulces, fritos, embutidos y lácteos.
La triada letal es responsable de auténticas pandemias en
los países desarrollados e incluso en vías de desarrollo.
Veamos por qué los azúcares refinados son tan peligrosos.
Los azúcares naturales de la fruta y los vegetales son
estupendos, los necesitamos para obtener energía y los asimilamos muy bien.
Pero en los últimos siglos se ha extendido por el mundo el azúcar industrial,
refinado. Su consumo es mundial y está presente en muchos alimentos procesados,
conservas y productos de bollería.
¿Cómo nos perjudica el azúcar? El azúcar refinado es tan
adictivo como la cocaína. Genera un pico de energía: da bienestar momentáneo, euforia, sube el ánimo… Pero en muy poco
tiempo provoca una caída energética. El cuerpo acusa este desfase y pide más
azúcar para funcionar. Así comienza un ciclo vicioso. Las altas concentraciones
de azúcar en sangre piden insulina para poder llevar la glucosa donde hace
falta. Cuando sobra, hay que almacenarla. El azúcar excesivo acaba
convirtiéndose en grasa, que se acumula en diversas zonas. No solo es
antiestética, sino que puede llegar a oprimir los órganos vitales, sobre todo
la grasa abdominal.
Si la demanda de insulina es muy grande, el órgano que la
produce, el páncreas, puede llegar a agotarse. Es el inicio de la diabetes. En el mundo desarrollado hay
millones de diabéticos, que deben medicarse y que en muchos casos terminan
necesitando diálisis. Esto merma la calidad de vida de estas personas y supone
un coste sanitario inmenso.
Otro efecto del azúcar excesivo es el llamado síndrome metabólico, producido por las
subidas y bajones de energía. Hay mucha azúcar en sangre pero poca en los
tejidos, que quedan faltos de energía. Esto, de forma crónica, produce
cansancio, incluso depresión, y genera una inflamación general en el cuerpo,
que va deteriorando las células y los órganos.
En las venas, produce endurecimiento ―arteriosclerosis― y, por
tanto, hipertensión. Los vasos
sanguíneos en mal estado se engrosan y pueden llegar a romperse, provocando
infartos, ictus y embolias. O pueden darse problemas como varices,
aneurismas y mala circulación periférica. Aquí llegamos a los ojos.
¿Cómo daña el azúcar a nuestra visión? En el cristalino o
lente, los azúcares penetran de forma inmediata desde la sangre. Para rechazarlos,
se generan unas enzimas que convierten la glucosa en dos sustancias llamadas polioles.
Estos polioles atraen agua y sales de sodio, que hinchan el cristalino y lo
opacan. Esto es el inicio de las cataratas.
Además, al perjudicar la circulación sanguínea de los
pequeños capilares que irrigan el ojo, puede provocar trombos o retinopatías. A
la larga, provoca degeneración macular
y pérdida de visión.
Otro efecto indeseado del azúcar en los ojos es la
hipertensión ocular, que deriva en glaucoma
y, en última instancia, ceguera.
Es decir, que una cucharada de azúcar viene a ser como
infiltrar veneno en el ojo.
Os aconsejo evitar los dulces, especialmente la bollería industrial, los caramelos, chucherías... Son comida, pero no alimentan, ya que lo único que aportan es calorías vacías que se pueden conseguir con cosas mucho más saludables. Podéis buscar alternativas al azúcar refinado, tanto
blanco como moreno (los dos causan el mismo efecto). La miel es una buena opción, siempre que sea orgánica y mejor cruda,
sin calentar. También los siropes de agave o de arroz, que producen azúcares de
combustión lenta. Otra alternativa interesante es la hierba stevia, que no solo endulza, sino que
reduce la hipertensión y algunos estudios muestran que ayuda a paliar los
efectos de la diabetes. En esta página, La dulce revolución, encontraréis mucha información de
interés sobre la stevia y otros temas relacionados.
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