Cuando sufrí el trombo ocular, viendo que mi visión pendía
de una fina cuerda, ansié estar solo para meditar sobre lo que me había
ocurrido.
En una primera fase me pregunté por qué me había sucedido
esto. Buscaba respuestas y ninguna me satisfacía. Al mismo tiempo, me torturaba
un profundo sentimiento de culpa al pensar que podía perder la vista por no haber
cuidado lo suficiente mi salud. Había saboreado hasta embriagarme el color del
mar y del cielo, la belleza de la noche y de los paisajes. Ahora me veía
limitado.
Poco a poco empecé a reconciliarme con mi nueva situación. Después
de una profunda crisis aprendí a no martirizarme más. Tenía que extraer una
enseñanza nueva de lo ocurrido. Fue una lección dura, pero necesaria para
crecer. Dejé de preguntarme, aprendí a callar y a redescubrir el silencio.
Fue en la calma cuando vi que la solución del problema
estaba en mí, como estuvo en mí la causa que lo originó. Así inicié el proceso
de recuperación, desde el silencio. Es un camino con vaivenes, pero siempre
ascendente. Desde el más hondo silencio de mi corazón, sin palabras, con la
mirada más allá de mis limitaciones, empecé a confiar en la fuerza reparadora
que tenía y fue así cuando llegué a darme cuenta de que, en la más profunda
oscuridad se pueden ver destellos de esperanza que despuntan y empiezan a
brillar en el horizonte.
Aconsejo
a los que me seguís que no desestiméis el potente valor terapéutico del
silencio. Con la mano tendida de los amigos que saben padecer también en
silencio tu sufrimiento, se alcanza una especial sensibilidad para captar el
valor de la salud, tanto física como espiritual.
:) Por siempre: Graciasx3 Estimado Padre Joaquín!
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