Una mañana de agosto de 2006, al levantarme de la cama, me
llevé un sobresalto. Veía borroso con mi ojo izquierdo. Debo explicar que mi
ojo derecho, desde la infancia, es vago, y por tanto todo mi esfuerzo visual
siempre lo he concentrado en el izquierdo. Perder visión en este ojo era traumático.
Me asusté, pues vi que había perdido agudeza visual, hasta
el punto de no poder leer. Era fin de semana y por la tarde acudí a urgencias a
la Clínica Barraquer.
Allí me diagnosticaron una trombosis venosa intraocular: es
decir, una pequeña vena del interior del ojo se había obstruido, provocando un
derrame de sangre interno. Esto era la causa de mi pérdida visual. ¿Por qué me
ocurrió? El médico me dijo que era debido a mi elevada presión arterial y al
colesterol, que también tenía muy alto. Por el momento no había más solución
que esperar a que se resolviera la hemorragia interna. Y me prescribieron, con
urgencia, bajar la hipertensión y el colesterol.
Mido 1,60 m y en aquel entonces pesaba casi 80 kg. Mi
tensión arterial era de 22 la máxima y 16 la mínima. Y mis niveles de
colesterol eran de 400 mg / dl. Es decir, mi cuerpo encerraba una bomba de
relojería. Si a esto sumamos una vida agitada, con mucho estrés e
hiperactividad, no es de extrañar que tarde o temprano sufriera un trastorno vascular.
Cuando lo
pienso, veo que esa trombosis ocular es lo mínimo que me pudo haber pasado. Podría
haber sufrido una embolia, un ictus, un infarto cerebral. Podría no estarlo
contando, ahora. Gracias a Dios no fue así. Y porque fui consciente de que me
había salvado de algo muy grave decidí aprender de esta lección y tomar medidas
urgentemente. Seguiré explicándolo los próximos días, pues mi deseo es ayudar a
que otras personas también sean conscientes de la importancia de cuidar su
salud, aunque aparentemente se encuentren bien.
Padre Joaquín:
ResponderEliminarMuy interesante su nuevo blog; le servirá a muchísimas personas.
Felicidades.